CUENTO NÍSCALOS
El bosque estaba cubierto de un manto de hojas de color rojizo y anaranjado y en cada esquina había charcos que se habían formado después de una noche muy lluviosa, aunque eso no la detuvo y caminó bosque adentro con su cestita de mimbre. Después de haber caminado un rato, paró, inspiró profundamente e inspeccionó el suelo. Con el bastón apartó un par de hojas, reconociendo el hongo, se arrodilló, y del bolso de su abrigo extrajo la pequeña navaja que llevaba consigo hacía más de 60 años. Súbitamente, su respiración se entrecortó cuando escuchó un murmuro, era la voz de su abuelo, que le decía :
- “Con cuidado y delicadeza, Rosa. Es así…”
Recordó a su abuelo agachado, con su mano rugosa y fuerte contra la suya, sujetando el níscalo suavemente de la base, y con la otra mano, zas un corte rápido - “¿ves? Es así, con precisión y sin arrancarlo…”, le decía con su voz afable.
Cogió el hongo y lo llevó cerca de su nariz, inhaló la humedad, el olor a avellanas y a campo. Con el pie tapó la base cortada con un poco de tierra. Al cabo de un par de horas, contempló la cestita casi llena con satisfacción. De vuelta a casa, el viento frío le mordía el rostro, tan frío que le enturbió los ojos, y dejó atrás la imagen de su abuelo…
Dispuso su cosecha en la mesa de la cocina, les quitó las impurezas con un trapo seco. Cogió los pimientos y la cebolla y los pochó a fuego lento en una cazuela, no tenía prisa y mientras lo hacía, cantó la canción que tanto le gustaba:
“Recuérdame
Hoy me tengo que ir, mi amor
Recuérdame
No llores, por favor”
En otra cazuela salteó los níscalos con un poco de ajo, les echó un chorrito de vino blanco y enseguida los mezcló con el sofrito, agregando las patatas peladas y cubriéndolas con un caldo de ave. Dejó todo cocinándose a fuego lento y mientras esperaba, bailaba por la cocina cantando. Bajó un poco la ventana para que se desempañasen los cristales.
Asomó la cabeza hacia la ventana bajada, preguntando con voz ansiosa: “Papá, cuánto tiempo queda?” Su padre le contesta que menos de una hora, y le pide que suba la ventana. El niño vuelve a inspirar y expirar fuertemente el aire frío; de repente, da un salto, exclamando:
- “Papá, vamos, date prisa, huelo a guiso de patatas con níscalos de la abuela”
El padre, le replica con una sonrisa forzada - “ no seas payaso, no lo puedes oler ”, nos quedan todavía unos 80 kms para llegar y la abuela, ya sabes…, hace mucho que no cocina.
- “Qué sí, que sí, te lo juro papá, estoy ensalivando…”
- “ Anda, intenta dormir un poco y deja de fantasear…”.
Al fondo, vislumbran la casa de piedra, con el humo saliendo de la chimenea. Aparcan y el niño sale del coche corriendo como una flecha, mientras grita, ¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡abueeeeela!!!!!!!!!!. Abre la puerta y ve a la anciana sonriendo, sus ojos estaban brillantes y sus mejillas sonrojadas, se acerca a ella y le abraza por la cintura. Ella a su vez, lo rodea con sus brazos y le da un beso en su cabello de color trigo. Cuando él alza sus ojos, sus miradas se funden en una melodía que sólo ellos saben distinguir. El niño murmura; “ ¡GRACIAS, gracias! ¡Mi comida favorita!, ¿qué le has puesto? ¿Cómo puede oler tan bien?”, ella simplemente le responde con la voz trémula: “Te quiero“
Cocinar es cuidar de nuestra alimentación, pero además puede brindarnos infinidad de beneficios emocionales. Dedicar tiempo a esta tarea nos permite comer de forma más consciente, relajarnos y estimular procesos cognitivos.
Firmado por mi queridísima amiga Claudia Gabriela Días Ferreira, a la que quiero y admiro mucho.